Entonces bajé por las escaleras sabiendo que estaba prohibido, que si me pillaban estaba más que muerta. Pero igualmente lo hice, como cada noche desde hacía poco más de tres años. Sinceramente, me parecía fatal la idea de que tenía que estar otros dos años más encerrada en ese sitio. Pero, ¿qué más podía hacer? Ya estaba infringiendo suficientemente la ley como para escaparme. ¿Y a dónde iría?¿A casa de mis padres? Se lo dirían a los seguratas y de ahí no saldría nada bueno, obviamente.
¿Por qué tiene esa señora la horrorífica idea de hacer todo pacífico? Increíble, sin duda. Porque no los hacia pacíficos: les lavaba la cabeza; ya no eran nada más que un cuerpo viviente. No pensaban por ellos mismos, sino por el bienestar del 'populacho', y ni siquiera era eso, era por el bienestar de ella y nada más que ella. Y por lo menos había una persona en todo ese embrollo que me comprendía y me apoyaba en mis ideas, o yo en las suyas, y era mi mejor amiga: Sath. Tenía unos 34 años, pero sin duda era la persona más inteligente que conocía, aunque no conocía prácticamente a nadie. Llegué abajo del todo, en la granbiblio, y la vi sentada en un colchón en el que dormía en una esquina, comiendo probablemente su típico bocata de queso y jamón.¿Quién la culparía? En ese infernal lugar apenas nos daban de comer, y lo que nos daban era más que asqueroso, y patético: un trozo de pan y verduras cocidas junto a zanahorias, y eso era de vez en cuando. Ah, y agua.
-Hola.
-Ei -me respondió en bajo Sath, mientras me sentaba al lado suya y me peinaba un poco el pelo castaño y lo suficientemente largo como para barrer el suelo de un movimiento-, ¿qué tal hoy?
-Aburrido, como siempre.
Nunca la había mentido y no iba a empezar entonces. Aparte de que es lo que todos los días pasa: absolutamente nada. Pero todo esto pronto iba a cambiar pronto, por lo menos para mí y para Sath, porque nuestro plan funcionaría para cambiarnos la vida, y hacerla un tanto más divertida. Y si eso incluía cambiar a todo el populacho, tanto mejor.
